miércoles, 15 de agosto de 2007

Ciudad, Soledad

Despierto, un calor en las piernas me obliga a moverme, me mojo la cara me miro al espejo y veo un interrogante en mis ojos.
Me pongo un abrigo, mis botas de siempre y salgo del edificio con intención de resolver mi enigma.
La brisa marina choca en mi cara, siento el mojado viento en mis mejillas, acariciándolas suavemente, cierro los ojos e inspiro, hay un olor a incertidumbre en el aire, como si no supiera que es lo que va a pasar en el segundo siguiente, lo mas normal sería dar otro paso, pero no hoy, no ahora. Camino por la lisa vereda, tratando de no pisar las líneas marcadas, una manía estúpida que no me deja en paz.
Justo cuando llego a la esquina el semáforo cambia a rojo, siempre es lo mismo, como si los pobres postes tuviesen vida y supieran el momento exacto en que llego al lugar para cruzar. Pasan rápido los autos último modelo, una que otra baratija desentona con el chicharreo del motor, una música fiestera suena dentro de un descapotable, un par de rubias y un tipo al volante moviéndose al compás de la pegote melodía, ¿Es eso lo que busco?, no, sigo mi camino.
Las bocinas de los autos suenan como voces traídas del infierno para mis oídos, una que otra pelea de perros irrumpe en el panorama nocturno.
Unas señoras muy engalanadas, llenas de joyas y pieles, salen de una lujosa casa y me quedan mirando, ¿Qué tengo?, ha si, olvidé que andaba con mi rotoso pantalón de pijama. Comentan un par de palabras entre ellas y como asustadas de que les fuera a hacer algo y se suben rápidamente en el auto que las esperaba para llevarlas a sus hogares sanas y salvas. A un lado, por donde pasaron las dos mujeres, ví de pronto entre la oscuridad a un anciano cubierto en cartones, con sus pies descalzos y sucios, llenos de callosidades y heridas, el enmarañado pelo se confundía con su sucia y laga barba gris, expedía un olor a basura, mirando un poco mas detalladamente, entendí que esa fue su cena, agarraba con sus largas y amarillentas uñas una taza en la cual había una moneda.
No pude dejar de mirar sus ojos, no parecía que estuviese sentado ahí, parecía como recordando sus tiempos mozos, o alguna buena época de su vida, un lejano amor de la juventud o al hijo que lo abandonó en las calles por estar enfermo.
No era a mí a quien miraban con desprecio las engalanadas señoras.
Busco en los bolsillos de mi chaqueta y encuentro un chocolate un poco derretido. Se lo entrego, me sonríe mostrando su desdentada boca. Sigo caminando.
Unos letreros luminosos invitan tentadoramente a entrar a los bares, la gente adentro ríe alegremente, celebrando quizás que cosa, o ríen simplemente para alejarse aunque sea por una noche lo que llaman rutina. Tampoco es lo que busco.
Sigo caminando, paso por un lugar oscuro, veo una luz en el fondo, nah! No he muerto, es solo la micro con un solo foco funcionando. Levanto la vista y veo los luminosos letreros de las grandes tiendas ofreciendo la panacea para ser feliz, como si sus productos te solucionaran la vida.
Sigo caminando y paso por una colorida feria nocturna, el olor a frituras y palomitas de maíz inunda el ambiente, una música dicharachera suena a todo volumen, un hombre parado al lado de un pequeño telescopio me ofrece ver de cerca la luna, lo ignoro y sigo mi camino. Sigo caminando, me siento como Cayetano Brulé en busca de un asesino, sin ninguna pista para resolver el crimen.
Bajo por la playa, me detengo y prendo un cigarro, el golpear de las olas deja a un lado el sonido de la ciudad, siento las pequeñas gotas saladas en mi cara, cierro los ojos, quedo en blanco. El chillido de las gaviotas que pasan por mi lado, es como si me reclamaran por estar en su territorio.
¿Qué es lo que busco en esta jungla de cemento, de ruidos, de risas forzadas, de almas vagando?
Un aire fresco me hace sentir un escalofrío, una voz en el viento me susurra algo al oído, respiro profundamente, cierro con fuerza mis ojos y los abro.
El cigarro se consumió por completo, ya tengo una respuesta, puedo dormir tranquila.
Si existe esa magia en esta jungla de cemento, pese a todas las luces, los ruidos, la magia sigue escondida, y la encontré. Vuelvo sobre mis pasos, la feria está apagada y sin música, las puertas de los locales están cerradas, todo el mundo está durmiendo. Sólo el anciano sigue ahí, en la misma posición en la que lo dejé, no había nadie alrededor, me paré un instante frente a él y le pregunté si necesitaba algo, él me respondió con una voz quebradiza, amor.

1 comentario:

Kike dijo...

Yo he leido este. Me gusta. El final simple y poderoso, que lo hace a uno detenerse a pensar si realmente leyo lo que creyo leer... no puedo escribir mucho, estoy agotado, el dia se ha llevado mis fuerzas... necesito dormir, y pensar en palabras que sean mejores para describir lo que pienso... es lo mismo que digo cada noche, pero jamas me cansare de decirlo =) nos vemos, flor, shauu